Érase una vez un niño que tenía un abuelo que era ganadero. Un día
consiguió un baifo que le regaló al nieto. El niño guardaba al baifo y cerraba la puerta con el fechillo para que no escapara. Cuando lo sacaba a pastar por la cumbre siempre llevaba consigo una macana para evitar que el machango de Pedrito molestara a su baifo, pues siempre le decía que lo quería para comérselo.
En una ocasión que el niño pastaba con su baifo empezó a llover y vio a Pedrito enchumbado. Éste se acercó al niño y pensando que le iría a robar su baifo le tiró un tonique y fue tal el tonicaso que Pedrito nunca se acercó más al baifo.
Al llegar a casa el niño se quitó la ropa mojada y la tendió en la liña y
se jartó a cotufas que su abuela había preparado. El abuelo le dijo que esa noche tendrían que matar al baifo y comérselo y el niño empezó a llorar. El abuelo le dijo que no fuera babieca.
Cuando anocheció el niño buscó al baifo y no lo encontró. Ya era tarde y tocaba cenar. El abuelo le dio plato de carne y el niño se fajó a la comida y dijo: "ño, qué bueno está abuelo". Y el abuelo le dijo: "lo ves babieca, es tu baifo". El niño respondió: "Me gustan los baifos".
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Nota: 7
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