martes, 8 de mayo de 2012

NINFAS DEL BOSQUE Osvaldo Rondón 1º C



Eco era una joven ninfa de los bosques, parlanchina y alegre. Su charla entretenía a Hera, esposa de Zeus, y en los momentos en el que el padre de los dioses griegos se aprovechaba de sus relaciones extraconyugales. Cuando Hera se enteró, condenó a Eco a no hablar sino solamente repetir el final de las frases, y ella, avergonzada, abandonó los bosques, recluyéndose en una cueva cercana a un riachuelo. Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando nació, el adivino Terisias predijo que si se viese en un espejo sería su perdición, y así su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse. Narciso creció así hermosísimo sin ser consciente de ello, y haciendo caso omiso a las muchachas que ansiaban que se fijara en ellas. De alguna manera Narciso se estaba adelantando a su destino, parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos como ajeno a cuanto le rodeaba.

Daba largos pasos sumidos en sus cavilaciones, y en uno de sus paseos le llevó a la cueva donde Eco moraba. Le miró embelesada y quedó prendada de él, no reunió el valor suficiente para acercarse. Narciso encontró la ruta que había seguido ese día y la repitió más veces. Eco le esperaba y seguía en su paseo temeroso de ser vista, hasta que un día, un ruido que hizo pisar una ramita puso a Narciso sobre su presencia, descubriéndola, siguió andando tras doblar el camino. Eco palideció al ser descubierta, y luego enrojeció cuando Narciso se dirigió a ella. Finalmente, la ninfa acudió a los animales, que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eco le profesaba. Ella le miró, ansiosa… pero su risa helada la desgarró. Mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que albergaba en su interior, Eco se moría.

Se retiró a su cueva, permaneció quieta, sin moverse. Allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva.

El mal no suele salir gratis… y así, Nemesis, diosa griega que había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en Narciso otro día que había vuelto a salir a pasear y le encantó hasta casi dejarle desfallecer de sed. Narciso recordó el riachuelo donde una vez había encontrado a Eco, y sediento se encaminó a ella. Así, vio su imagen reflejada en el río. Como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo.

Hay quien cuente que ahí mismo murió de inanición, ocupado en su contemplación. Otros dicen que quedó enamorado de su imagen, quiso reunirse con ella y murió ahogado al lanzarse a las aguas. En el lugar de su muerte surgió una nueva flor al que dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose en ellos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nota 10